Diciembre 1980. MiMamáO me regala un diario, que a su vez, recibió cuando cumplió XV primaveras, pero por angas o mangas, nunca lo estrenó.
-¿Qué es un diario? -Un cuaderno para que apuntes lo que te pasa en el día -¿Cómo un cuento? -No, como un registro -¿Puedo empezar a escribir? -Espérate a que inicie el año nuevo
Y ahí me tiene, a mis 8 años, platicando mi día a día: Me levanté… almorcé… fuí a la escuela… comí… hice tarea… ví la tele… con mucha ilusión, con faltas de ortografía, como si lo fuera a leer un público, a cada rato escribía ¿Y qué creen? Me pasó tal y cual.
Algunos de los sucesos que escribí los recuerdo vívidamente, otros están desdibujados de mi memoria, me causa nostalgia leer los nombres de muchos parientes y amistades que ya fallecieron, los programas de televisión que ya no volvieron y lugares que ya desaparecieron. Volver a sentirme niña, otra vez.
Dejé un par de años de redactar, volví a hacerlo en quinto de primaria, cuando el niño que me gustaba se fijó en mí. Anotaba mis pensamientos y sentimientos, mis temores e ilusiones, y escondía, por temor a ser juzgada, mi libreta fuera del alcance de miMamáO. Como si le hubiera puesto luces de neón, mi madre encontró mi diario, no le importó la calcomanía de prohibido tocar, y deslizó sus dedos por cada página. No habría pasado a mayores, sino fuera porque es demasiado indiscreta y de buenas a primeras, mientras viajábamos de regreso a casa, me empezó a preguntar por X y por Y, nombres que jamás le había dicho. Le reclamé el porqué leyó mi diario, cuando claramente no deseaba que lo hiciera, sólo se rió. Me dió tanto coraje, que fuí y arranqué las hojas, las rompí en mil pedazos y guardé silencio dejé la escritura.
Llegó la pubertad, los megadramas, las emociones a flor de piel, y yo tan intensita… vuelve la mula al trigo y a desbocar en letras lo que daba vueltas en mi cabeza. Esa difícil edad, en que todo es cuestión de vida o muerte, en que ya no quiero ir al colegio, trágame tierra, soy tan feliz, vivo en una nube de algodón rosa, me quiero morir. Darme cuenta de la prisa que tenía por crecer y de lo inmadura que fuí. Volver a sentirme adolescente, otra vez.
Durante la preparatoria y parte de la carrera, seguí transcribiendo, dibujando, grabando, corriendo y bailando… un volcán agitado era mi corazón, tenía que buscar salida, amistades, amores, estudios, la muerte de MiPapáA, la ausencia de miMamáO, revolución en busca de paz, quería ser religiosa, quería ser madre soltera, quería el mundo y no quería nada, trabajar, para ayudar a mi pobre mamá. Volver a sentirme joven, otra vez.
Me casé y me mudé lejos, a otra ciudad, donde no conocía a nadie, ni tenía familiares, ni trabajo. Ya no usaba lápiz, ni pluma… tecleaba cartas a mis mamás, donde platicaba mis vivencias de recién casada, lo que pasaba con los vecinos de los departamentos, logros en el trabajo de miEspo, visitas de amistades a los que llevábamos de recorrido turístico, nuevos sueños, nuevas metas, nuevos retos.
Pasó el tiempo, como suele pasar, así sin sentirlo y sin recapacitar. Nos mudamos a otra ciudad, nació la Mija, regresamos a la Laguna, emprendimos un negocio, nació miBeba, estudié de nuevo, trascendió miMamáGelo, nació miNene, entramos a trabajar. Y el diario, pasó a ser mensuario, anuario, devezencuandiario. Resulta que ahora escribo mis pensamientos y reflexiones en Twitter y en éste blog, yo, la que antes escondía su libretita de miradas acusadoras ¡Chiiiiiclesss!
P.D. Por ahí tengo un cuaderno bonito, con 100 hojas en blanco. No sé, quizás debería vaciarme de nuevo.